jueves, 15 de diciembre de 2011

Del derecho a no ser ciudadano, por Fernando Villegas.



Del derecho a no ser ciudadano,
por Fernando Villegas.



Tal vez se quiere “incentivar” el acto de votar haciéndolo optativo. Hay quienes incluso deseaban asociar una recompensa al hecho de hacerlo.


La inscripción automática y el voto voluntario tienen muchos amigos, la sanción del principio de la soberanía del pueblo y la mejor prensa; de otro modo, no se explica que el proyecto haya superado etapas -aunque a paso de caracol-, pese al pánico cerval de los políticos por las incertidumbres que genera. Pero aunque las actitudes son distintas, el sentimiento de fondo es el mismo: tanto unos como otros, los partidarios a gusto y los partidarios resignados, todos por igual lo consideran "un paso en la dirección correcta", hacia esa “plena democratización”, “ampliación del espacio cívico”, “participación ciudadana”, “empoderamiento” o cualquiera de las otras maneras como se palabrea, con fingido entusiasmo, el ascenso de las masas a la esfera política, otrora coto de caza de un club muy exclusivo.


Podría -podría- quizás ser un paso en esa “dirección  correcta”, pero de seguro es un salto hacia la plena consolidación del espíritu cívico prevaleciente, el cual ve la pertenencia a una nación no como lo que es, contrato social donde a los beneficios de la cooperación se unen los costos, sino como una sociedad de socorros mutuos, donde lo único digno de discutirse son los derechos, ya disponibles en número infinito; cada día aparece un nuevo grupo, categoría, género, sensibilidad, cohorte demográfica o interés local reclamando por “sus” derechos.


A esa heroica lucha se suman las encaminadas a obtener prestaciones, favores, bonos, ayudas, solidaridades, subsidios, perdonazos, gratuidades, postergaciones, plazos, etc. A todo eso se agregará la voluntariedad del voto, esto es, el derecho a no votar.


Al parecer, la ciudadanía considera tan pesada la condición de ciudadano que si no se les permite legalmente no serlo, entonces, enfurruñados, no harán el esfuerzo práctico por llegar a serlo. Tan retorcida lógica aspiraba a la solemnidad que le presta a todo, incluso al absurdo, un cuerpo jurídico.


OBLIGACIONES
Esta actitud, la que ha llevado a considerar como gran avance la voluntariedad y que, por tanto, implícitamente considera la tradicional obligatoriedad de votar como un peso accesorio del que puede y debe prescindirse sin afectar la condición ciudadana, no sólo es moralmente insana sino, mucho peor, falta de lógica. Señala un insuficiente examen acerca de las condiciones con las que se desenvuelve la acción humana. Salvo el comportamiento puramente impulsado por el deseo, único realmente voluntario, ya que puede ser resistido o dársele libre curso, toda otra conducta, privada o pública, está vinculada a alguna forma de obligación, en el sentido de hacerse con esfuerzo, a veces hasta con sacrificio y/o por la presión de una norma, ya sea nuestra e interna o ajena y externa; de ese modo es como pagamos impuestos, cumplimos en el trabajo, nos reclutan las FF.AA., respetamos las leyes del tránsito, hacemos cola en el cine y respondemos por nuestros actos. Es por obligación; nos obliga nuestro sentido de lo que es debido o nos obliga lo que creemos justo o nos obliga la coerción legal del Estado o nos obligan las exigencias del empleador o las necesidades de la familia. Vivimos la vida en esa condición, pagando un costo -obligado- por hacerlo en sociedad y no como salvajes en la selva.


¿Por qué, entonces, el acto más importante de todos, elegir a los gobernantes, habría de librarse de dicha premisa? ¿Qué lógica es esa según la cual un acto de tal calibre puede no ser un DEBER y convertirse en OPCION? ¿Qué clase de ciudadano es el capaz de optar por no serlo cuando más debiera serlo?


Tal vez se quiere “incentivar” el acto de votar haciéndolo optativo. Hay quienes incluso deseaban asociar una recompensa al hecho de hacerlo. Es otra lastimosa muestra de falta de lógica; un deber que masivamente no se cumple plantea un problema serio, operacional, pero este no se resuelve eliminando el concepto mismo de “deber”.


CONSECUENCIAS
La nueva ley consagra, entonces, el derecho a no ser ciudadano. No votar traía aparejado, antes, siquiera la posibilidad de una sanción; era un acto ilegítimo, una pecaminosa escapatoria del primer, del más importante deber de todos. Ahora decidimos prescindir de eso a cambio de una presunta ampliación de la base electoral y, por tanto, de la legitimación que ha de tener toda democracia. Está por verse que ocurra. Normalmente, los relajos normativos para “facilitar” su cumplimiento sólo generan un todavía mayor abandono. Si tal cosa sucede, ¿qué se ideará entonces para ponerle piso a la República?


La ciudadanía considera pesada la condición de ser ciudadanos si no se le permite legalmente no serlo.


¿Qué clase de ciudadano es el capaz de optar por no serlo cuando más debiera serlo?.


Normalmente, los relajos normativos para “facilitar” su cumplimiento sólo generan mayor abandono.

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