miércoles, 26 de enero de 2011

Derechos humanos: cayendo en palabrería hueca, por Keneth Roth.


Derechos humanos: cayendo en palabrería hueca,

por Keneth Roth, Director ejecutivo de Human Rights Watch



Los gobiernos occidentales estén menos dispuestos a asumir posturas públicas fuertes a favor de los derechos humanos. En cambio, adhieren al “diálogo” y a la “cooperación”.



(International Herald Tribune)



A ningún gobierno le gusta enfrentar presiones públicas respecto de los derechos humanos. En estos días, su estrategia de elusión favorita es declarar una preferencia por el “diálogo” y la “cooperación” privados: una opción atractiva porque se da tras puertas cerradas. Lo triste es que importantes potencias occidentales han caído en esta trama. Reacios a que vuelen plumas y ávidos al mismo tiempo de ser vistos como que están “haciendo algo”, adhieren cada vez más al mismo subterfugio. No hay nada inherentemente malo en el diálogo y la cooperación para promover los derechos humanos. Tiene sentido cuando un gobierno quiere demostrablemente respetar los derechos pero carece de los recursos necesarios o del know-how técnico. Pero cuando falta la voluntad política de salvaguardar los derechos, como ocurre a menudo, es necesaria la presión pública, tanto para declaraciones como para sanciones focalizadas. El recurso exclusivo al diálogo silencioso y la cooperación se convierte en una charada diseñada más para apaciguar a los críticos de la complacencia que para asegurar los cambios. Y debido a que el diálogo silencioso y la cooperación con frecuencia se parecen al consentimiento, los activistas domésticos de los derechos humanos sienten indiferencia en lugar de solidaridad.



Los gobiernos occidentales siguen dispuestos a aplicar presión pública cuando la conducta de un gobierno es tan ofensiva que se impone sobre otros intereses, como en Irán, Corea del Norte, Sudán y Zimbabwe. Pero en demasiados casos el cambiante equilibrio global del poder (sobre todo el ascenso de China), una intensificada competencia por los mercados y los recursos naturales, y la declinación de la posición moral de las potencias occidentales debido a sus propios abusos en el contraterrorismo han hecho que los gobiernos occidentales estén menos dispuestos a asumir posturas públicas fuertes a favor de los derechos humanos. En cambio, adhieren al “diálogo” y a la “cooperación”, no obstante su futilidad.



Un trasgresor clave ha sido la Unión Europea (UE). Se negó, por ejemplo, a avalar una comisión para investigar las atrocidades cometidas por la junta militar birmana. La alta representante de la UE, Catherine Ashton, dijo esa vez: “Idealmente, debiéramos aspirar a asegurar un nivel de cooperación por parte de las autoridades nacionales”. Pero obtener esa cooperación de los militares birmanos sin otras presiones es un sueño de opio. En Uzbekistán, que brinda una importante ruta de reabastecimientos para las tropas de la OTAN en Afganistán, la UE levantó las sanciones focalizadas contra aquellos responsables por la masacre de 2005 en Andijan porque, según dijo, las sanciones estaban “alienando” al gobierno e “interponiéndose en el camino a una relación constructiva”, como si ser amables con un gobierno que negó sus responsabilidades por la muerte de cientos de sus ciudadanos fuese más provechoso para cambiarlo que las presiones sostenidas. La UE alude a temores similares de alienación al afirmar que los preocupaciones por los derechos humanos no debieran obstaculizar la vía hacia un nuevo acuerdo de cooperación con Turkmenistán, un país severamente represivo con grandes reservas de gas. Los diálogos sobre los derechos humanos podrían tener cierto impacto si se ligan a puntos de referencia concretos y públicamente articulados. Pero tener que rendir cuentas por resultados concretos es precisamente lo que los participantes del diálogo quieren evitar. En cambio, la UE ha sostenido que los puntos de referencia incorporarían tensiones en un diálogo y socavarían su rol como un “ejercicio de construcción de confianza”, como si el propósito del diálogo fuese promover buenos sentimientos más que el respeto por los derechos humanos. Incluso cuando existen puntos de referencia, la disposición de la UE a ignorarlos perjudica su utilidad. Por ejemplo, la Comisión europea está buscando un acuerdo de asociación y cooperación con Turkmenistán, a pesar de que no se puede decir concebiblemente que el gobierno cumpla con las condiciones estándares de derechos humanos de un acuerdo como ese. ¿Cuál es el racional de la UE? Un “compromiso más profundo” y un nuevo “marco para el diálogo y la cooperación”. En forma parecida, se suponía que las discusiones en torno del ingreso de Serbia a la UE iban a esperar iniciativas sinceras para arrestar al ex líder militar serbio bosnio Ratko Mladic. Ello no ha ocurrido, pero la UE aceptó iniciar de todas maneras las conversaciones.



Éste es un momento particularmente inoportuno para que la UE pierda su voz pública, porque los gobiernos represivos no han tenido inconveniente alguno para hacer oír las suyas, ya sea cuestionando como selectivos a los fiscales internacionales contra crímenes de guerra, elogiando la vía autoritaria china al desarrollo económico o avalando los indiscriminados asesinatos de civiles por parte de los militares de Sri Lanka.



El uso de la presión pública no impide conversar con gobiernos represivos. La experiencia de Human Rights Watch muestra que el aguijón de la información pública, y el deseo de influir en ella, mueve a los gobiernos a una conversación más significativa. Si una organización no gubernamental puede relacionarse con líderes opresivos mientras habla sobre sus abusos, también pueden hacerlo los gobiernos. El diálogo silencioso y la cooperación siguen teniendo un lugar cuando un gobierno abusivo muestra una voluntad genuina para reconocer violaciones a los derechos y se compromete a soluciones. Si no es así, la presión pública debiera ser la respuesta por default a la represión. Defender los derechos humanos rara vez es cómodo. Pero si los gobiernos quieren proteger en cambio otros intereses, debieran tener la valentía de admitirlo, en lugar de esconderse detrás de diálogos sin sentido y búsquedas infructuosas de cooperación.



(Tomado de www.lanación.cl)