La Presidencia
ONU,
por Alfredo Jocelyn-Holt .
A falta de partidos (Bachelet siempre ha sospechado de
ellos), de la vieja coalición (derrotada el 2010), y de un nuevo conglomerado
debidamente afiatado (a la Nueva Mayoría la estamos viendo), ¿por qué no la
ONU? La ONU, no como un organismo internacional donde invernar (eso fue su paso
por ONU Mujeres), tampoco como tribuna urbi et orbi que siempre lo es para Presidentes
(como esta semana), sino como cuadrante ideológico desde donde experimentar
políticamente y darle algún sentido a este Gobierno.
Son demasiadas las coincidencias. Bachelet se rodea de ex
funcionarios ONU; los más obvios, Heraldo Múñoz, ex Subsecretario General del
PNUD para América Latina y el Caribe, y Pedro Güell, alguna vez también del
PNUD, quien le escribe discursos y asesora en políticas públicas. Es sabido que
los comandos concertacionistas cuando preparan las campañas Presidenciales
consultan a los organismos ONU, aunque tiempo atrás Ascanio Cavallo daba a
entender que el vínculo sería más estrecho: “Nada ha incidido tanto en las decisiones
del núcleo estratégico de la Presidente Michelle Bachelet como los informes
sobre Desarrollo Humano producidos por los investigadores locales del PNUD”.
Por eso la lógica programática, la insistencia en principios, derechos,
empoderamientos, igualdades, nuevos sujetos, macrotendencias -pauteo
concretísimo sobre lo que hay que hacer, luego monitorear-, para este Gobierno
poco menos que su carta de ruta.
El izquierdismo duro local -el “infantilismo progresista” que
irrita a Ignacio Walker- no habla las cosas así. Es acaballado, cero
cosmopolita, no ha descubierto aún Africa. Si sus militantes se aparecieran por
UN Plaza serían unos burdos provincianos, desconocerían los refinamientos que
ha ido alcanzando el protocolo, intentarían alojarse en Harlem (como Castro),
aludirían al olor a azufre de la Asamblea General (como Chávez), despotricarían
en contra del sionismo minimizando el Holocausto (como Ahmadinejad), hasta se
sacarían los zapatos (como Kruschev). Bachelet, en cambio, es “de la casa”. A
Peña Nieto le puede contar todo lo que necesita saber sobre los “cascos azules”
y Angola no la hace perder el sueño.
Lo cual no significa que el Gobierno de Bachelet no sea
progresista. Lo es conforme a estándares de Naciones Unidas, la ONG más
poderosa del planeta, no sólo a cargo de la paz mundial. Cuestión que no deja
de ser complicada. Suele objetarse que el FMI pautee a los Ministros de
Hacienda, lo mismo podría reprochársele a la ONU en materias sumamente
delicadas: el aborto, que según instancias internacionales debiera ser
universal, o la aplicación de una Ley soberana en algún punto del territorio
nacional (la Ley Antiterrorista en La Araucanía desde luego).
Chile tiene una larga historia de país “test case”: país DC
alternativo al castrismo cubano, “vía chilena al socialismo”, país neoliberal
antes de Thatcher y Reagan, un “lujo” de transición de dictadura a democracia.
¿Es que ahora nos estamos convirtiendo en país modelado por la ONU ?
Tomado de Diario La Tercera.
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