La desesperada ofensiva de Raúl Castro,
por Carlos Alberto Montaner.
Si Obama
sucumbe a la ofensiva y libera a la dictadura del vinculante
calificativo de país “sponsor de terroristas”, Raúl supone que
inmediatamente procederá a autorizar los viajes de los norteamericanos.
De eso se trata.
Raúl Castro ha
desatado una desesperada ofensiva sobre Washington. Cree que en ello se
juega el destino de la revolución. Le preocupa intensamente que la
catástrofe venezolana acabe por eliminar o reducir drásticamente el
subsidio que recibe Cuba.
La situación es apremiante. Raúl tiene 83 años y se siente abrumado.
Se ha comprometido a dejar el poder en el 2018. Para entonces habrá
gobernado inútilmente durante 12 años. Ya sabe que su reforma económica
no funciona. Aumenta exponencialmente el número de balseros y
desertores. Nadie tiene ilusiones con sus “lineamientos”. La consigna es
huir.
Cada día que pasa las auditorías que le presenta su hijo Alejandro le
confirman que el magro aparato productivo estatal está en manos de
tipos corruptos, incompetentes e indolentes. (En realidad el sistema los
moldea de esa manera, pero todavía Raúl no lo admite).
Su problema más urgente es la falta de divisas para importar comida,
combustible y otros bienes esenciales. El país se está cayendo a
pedazos. Cuba es asombrosamente improductiva. Se trabaja poco y mal. La
Isla vive, por este orden, de siete rubros: El subsidio venezolano. El
alquiler y explotación de profesionales sanitarios en el extranjero. Las
remesas de los exiliados. El níquel que extraen los canadienses. El
turismo. La mendicidad revolucionaria que sostienen Brasil, Angola, Ecuador, y hasta la pobrísima Bolivia.
El tabaco y otras minucias de exportación, algunas de ellas indignas,
como la venta de sangre y de vísceras hmanas para trasplantes (por más
de 100 millones de dólares). Comenzaron emulando a Stalin y han
terminado imitando a Drácula.
De todas las fuentes de divisas la más importante es el subsidio
venezolano. Raúl Castro teme que se seque a corto plazo. Lo ve venir. El
precio del petróleo cae y el caos sembrado por la ineficiencia absoluta
del chavismo tiene a Venezuela a punto de cerrar el grifo. Los cubanos
elegieron a Maduro, pero ha resultado un desastre absoluto. Es una
cuestión de supervivencia. Dos ahogados no pueden salvarse mutuamente.
Por eso la ofensiva. Raúl necesita, desesperadamente, que le saquen
las castañas del fuego. ¿Qué requiere? Un torrente de turistas
norteamericanos que inunden los hoteles con sus dólares frescos. Hoy no
pueden viajar a Cuba libremente. La ley lo impide. También desea crédito
para importar insumos estadounidenses. Le venden la comida y las
medicinas, pero tiene que pagar en efectivo y carece de dólares.
Raúl Castro no está dispuesto a cambiar el sistema, ni a tolerar
libertades, pero cree que puede cambiar a Obama y eliminar las
restricciones impuestas o mantenidas por 11 presidentes norteamericanos.
Su hipótesis es que lo logrará tras las elecciones de noviembre, en
los últimos dos años del gobierno de Obama. En esa dirección tiene
trabajando a todo su servicio de inteligencia y a unos cuantos exiliados
que suscriben el extraño e ilógico razonamiento de que la forma de
acabar con la tiranía es dotándola de recursos.
El gran obstáculo –supone La Habana—es el senador demócrata Bob Menéndez, presidente del importante Comité de Relaciones Internacionales del Senado.
En consecuencia, los servicios cubanos montaron una operación para
destruirlo inventando la calumnia de que se había acostado con
prostitutas menores de edad en República Dominicana. Finalmente, se descubrió la repugnante mentira.
Los tentáculos del lobby cubano son muy extensos. Llegan al Congreso,
a la prensa, al mundo académico y artístico. Han logrado infiltrarse
hasta en el Pentágono. Quien evaluaba las actividades de La Habana para
la Casa Blanca era la analista principal de inteligencia Ana Belén Montes, una espía de Cuba, capturada en el 2001 y condenada a 25 años de cárcel. Desde el 85 espiaba para los Castro.
Scott W. Carmichel, el agente que la descubrió,
opina que hay muchos más topos colocados o seducidos por Cuba en
diversos estamentos del gobierno y de la sociedad civil norteamericana.
Probablemente tiene razón. Todos trabajan hoy febrilmente para conseguir
los objetivos de Raúl Castro.
En todo caso, para que la ofensiva tenga éxito, primero Raúl tiene
que conseguir que eliminen a Cuba de la lista de países que apoyan al
terrorismo. La tarea no es nada fácil. En julio del 2013 fue detenido en
Panamá un barco norcoreano con 250 toneladas de pertrechos de guerra
procedentes de Cuba escondidos bajo miles de sacos de azúcar. Si Obama
sucumbe a la ofensiva y libera a la dictadura del vinculante
calificativo de país “sponsor de terroristas”, Raúl supone que
inmediatamente procederá a autorizar los viajes de los norteamericanos.
De eso se trata.
Ese hipotético flujo de divisas que espera como agua de mayo servirá
para aliviar la disminución sustancial del subsidio venezolano. Por una
vez el Séptimo de Caballería irá en ayuda de los indios para salvar a la
revolución. Si Custer levanta la cabeza no lo cree.
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