2011 y 2014:
qué diferentes,
Gonzalo Rojas Sánchez.
Marchar por las calles del país.
El método del 2014 parece ser el mismo del
2011, pero bajo una mirada más atenta, no hay simetría alguna entre ambas
situaciones. Las marchas solo recorren las mismas avenidas, pero sus pisadas
son muy diferentes.
En el 2011 miles de personas salieron a protestar
porque unos cuantos líderes les articularon y digitaron sus sentimientos más
elementales: no a la energía hidroeléctrica, sí a la libertad de los animales
para invadir los espacios humanos, no al autodominio de las tendencias
sexuales, sí a estudiar pero sin hacer esfuerzos económicos. Todas eran
demandas elaboradas en cátedras universitarias, todas eran propiciadas por esas
ONG tan populares que expresan su contabilidad en euros, todas eran peticiones
de supuestos indigentes, pero lideradas por jovenzuelos que hoy son
mensualmente millonarios.
Se lo llamó "movimiento social", pero
no pasaba de ser una digitación de descontentos basados en esa incapacidad de
saber para qué es la vida, cómo se vive y qué les debemos a los demás. Fue la
acumulación de los egoísmos, la suma del individualismo bajo apariencia de
ciudadanía. No a la deuda, no al lucro, sí a la gratuidad, sí a la igualdad.
Pocas veces se ha visto una demanda más sinceramente mediocre y castrante.
Sus problemas debían resolverlos con otros
ciudadanos iguales a ellos, pero en vez de tratarlos mano a mano, los muy
cobardes invocaron al Estado -siempre un Leviatán en estas circunstancias- para
que se hiciera cargo: mi papá es más grande y le pega al tuyo; pobre argumento
infantil.
En el 2014, por el contrario, quienes marchan
apenas saben por qué lo hacen. Están recién comenzando a racionalizar sus
posturas, señal clara de que la molestia viene de muy adentro. No tienen una
agenda perfectamente diseñada por Camilas y Giorgios, sino que van tanteando
poco a poco por dónde puede resultar más eficaz la defensa de sus bienes.
Sí, de sus bienes más preciados, de sus hijos,
de sus alumnos.
Porque a los dos millones de niños que ellos
mandan a los colegios particulares subvencionados, el Leviatán -ahora en manos
de Michelle y Nicolás, con la ayuda de Camila y Giorgio- los quiere someter a
la misma agenda de mediocridad y castración.
Los del 2011 lucharon para que sus bolsillos
pudieran vaciarse en dirección a objetivos muy materiales: deudas de consumo,
deudas hipotecarias; todo lo que fuese gastar en educación les pareció indigno.
Y a reforzar su opción acudieron los gurús de siempre, para decirles que la
educación es un bien público, o sea, te lo tiene que dar el Estado, pero a
cambio de tu adhesión. Pasando y pasando.
Los del 2014, sin liderazgos partidistas ni
carismáticos, están dispuestos a que sus bolsillos sigan vaciándose en la
dirección correcta: para copagar la educación de sus hijos y para endeudarse
con tal de que los más jóvenes suban un peldaño por encima de sus padres y que
lo hagan gracias a sus familias y no por dádiva Ministerial. No están
enfrentados padres y colegios, sino perfectamente aliados en una causa común
ante un Estado al que no le corresponde ni la paternidad ni el magisterio.
Qué incómodo para los del 2011: esa supuesta
mística juvenil de hace tres años se muestra ahora en toda su decrepitud,
porque las ideologías son siempre escleróticas. De ahí su rechazo a las marchas
de gente que verdaderamente es de la calle (no de las ONG), que verdaderamente
es del barrio (no de las células de base), que verdaderamente cree en la
familia (no en cualquier junta), que verdaderamente son profesores (no del
gremio controlado por el PC).
Dicen que es una pequeña burguesía controlada por
la derecha. Así yerran los que ignoran la legítima vitalidad social.
(Tomado de Diario El Mercurio de hoy.)
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