¿Cuándo se jodió Chile?
Alexander Kliwadenko. Director Social Un Techo para Chile
Benito Baranda, Presidente Fundación América Solidaria
Con mucha preocupación vemos que el conflicto estudiantil se encuentra inmovilizado, y que su encauzamiento no puede demorar más. Sabemos que la dilatación de estos problemas redunda principalmente en perjuicio de los más postergados, siempre y sin excepciones. Así como Mario Vargas Llosa en su libro “Conversación en la Catedral” lanzaba esa pregunta por el Perú, ¿tendrán las próximas generaciones chilenas que intentar responder a la misma pregunta en 15 o 20 años más, remontándose a nuestro momento actual?
Hay algunos indicios de que sí. Conviene recordar ese proverbio: una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. Y vaya que este país tiene eslabones débiles. Y entre los más débiles se cuenta la educación.
Hoy estamos ante la oportunidad histórica de hacer una significativa reforma a la educación, que lleve nuestro sistema educativo a un nivel superior. El país está abierto a realizar transformaciones profundas que nos pongan en camino a ser una sociedad integralmente desarrollada.
Pero no hay acuerdos. Al contrario, ya estamos en presencia de mezquinas escaramuzas que no aportan mucha esperanza.
¿Iremos a perder una nueva oportunidad para sentar las bases y dar un giro radical en la calidad de la educación, en igualar y democratizar los accesos a ella?
Hay ciertas similitudes entre el momento actual y el que se vivió en Chile a comienzos del siglo XX en la discusión de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria. Hoy, los argumentos que se utilizaron para oponerse a ella parecen irrisorios. Con todo, demoraron 20 años la promulgación de aquella ley. La clase política actual también puede enfrascarse en una discusión que se alargue por años, o puede convocar a un gran pacto social para que resolvamos este problema pronto, implementando las reformas necesarias con mirada de largo plazo, donde los ciudadanos pongamos nuestro esfuerzo desde el compromiso de las mismas familias hasta aquel financiero vía tributos.
Pero si es tan evidente, ¿qué lo impide?
Las primeras críticas son para el Gobierno. Pueden formularse varias, pero no es sino la intención deliberada de quebrar la mesa de diálogo lo que parece más grave. El Gobierno apuesta a la disolución del movimiento. Dice que quiere el diálogo, pero da indicios de que su intención es que la Confech se polarice. No les tiende una mano a sus voceros, que representan dentro de ella las posiciones más cercanas al diálogo. En un momento en que se requiere un gran pacto social por la educación, y como todo gran pacto requiere consensos, quiere imponer su pensamiento completo en la materia (adoptado con antelación). No tiene noción de que está en un momento único, de esos como los que se vivieron a comienzos del siglo XX. Olvida que resulta imperioso mostrar a la generación que fue parte del movimiento de los pingüinos y que hoy también lo es de este nuevo movimiento estudiantil, que la democracia es capaz de escucharlos, crear espacios de participación y dar soluciones a sus demandas. Si por segunda vez experimentan el fracaso y la resignación, es muy posible que la tercera vez el descontento social explote realmente, con mayor rabia y violencia.
La oposición, ni qué decir, tampoco ha estado a la altura. Fluctúa entre la adulación a las masas estudiantiles, el desconcierto ante el contexto que vive el país y las rencillas internas. Hasta el momento, no ha sido capaz de aportar al encauzamiento de lo que hay de fondo en las demandas estudiantiles.
Y también, por cierto, cabe deslizar una crítica a los estudiantes:
Dentro de sus líderes los con más capital político son aquellos en quienes la ciudadanía confía y con los que empatiza: Giorgio Jackson y Camila Vallejo. También han mostrado ser de los más razonables dentro del movimiento estudiantil. Por cierto que esas asambleas a las que asisten no deben de ser fáciles de llevar. Hay posiciones extremas que están lejos de ser representativas de lo que quiere el país. Ante cada salida de libreto de los voceros, aparece un llamado al orden por algún otro miembro de la Confech. Quizás ya es demasiado tarde (vienen sus elecciones), pero deben tomar ese capital político que tienen y arriesgar algo antes de partir. Deben hacerles frente a los grupos más extremos de la Confech y hacer valer lo que han logrado para buscar una salida al conflicto. Deben saber forzar el diálogo que hoy está paralizado, y el cual anhela la gran mayoría de quienes vivimos en Chile; deben ser capaces de conducir el descontento social hacia el diálogo democrático. Ellos también tienen responsabilidad en el diálogo roto.
Estamos en un momento clave, en uno de esos momentos escasos que cambian la historia de una nación. Si hacemos lo correcto, en 20 años más miraremos al pasado y diremos: este fue el tiempo en que se dio el salto definitivo de Chile a una sociedad integrada desde la diversidad cultural e inclusiva en lo social; el momento en que pasamos de una sociedad de privilegios a una de derechos, de una cultura de la caridad y el asistencialismo a un orden en donde impera la justicia y la promoción social para todos.
No desperdiciemos la oportunidad.
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