domingo, 20 de abril de 2014

El pajarito y el buitre.



Caricatura de Nicolás Maduro tomada de la página de Carlos Vilchez Navamuel  a inicios de la campaña Presidencial trucha que llevó al tirano al Palacio de Miraflores.



El pajarito y el buitre.



Quién iba a decirlo. Siento nostalgia de Hugo Chávez.


Cuando Chávez Gobernaba Venezuela, su retórica de guerra me resultaba irritante. Sus insultos a rivales, prepotentes. Y sus anuncios de complots internacionales para asesinarlo, escandalosamente falsos.


Pero desde febrero, he visto a su sucesor Nicolás Maduro defender la represión e incluso el homicidio de manifestantes pacíficos, entre ellos una chica desarmada de 23 años. Le he oído denunciar un golpe de Estado y bailar merengue al mismo tiempo. Y he vuelto a escuchar sus chistecitos zoófilos sobre la sexualidad de sus oponentes. Comparado con Maduro, Chávez parece el Príncipe de Gales.


A comienzos de este mes, Maduro cambió de actitud e intentó contener la espiral de violencia. Pero ya era tarde para ocultar que su Gobierno es presa de algo que Chávez nunca sintió: pánico.


Un estremecedor reportaje de Marcel Ventura para la revista Emeequis resume la situación en Venezuela: la inflación del 2013 alcanzó el 56%. Las muertes violentas ascendieron a 25 mil en el mismo periodo. El Gobierno ha tenido que devaluar la moneda casi un 100% y escasean 6 de cada diez alimentos básicos. Desatada la protesta ciudadana, el régimen no supo responder con ideas, así que se limitó a encarcelar líderes opositores, desaforar a una Congresista y amenazar a los manifestantes. Según Amnistía Internacional, las detenciones se cuentan por miles. Las muertes, por decenas. Algunas de las víctimas recibieron electricidad en los testículos. A uno le rociaron gasolina.


Maduro no sólo teme a sus oponentes. Para él, más peligrosos son los suyos, como el Jefe del ala militar del chavismo, Diosdado Cabello, que quiere más mano dura y un modelo cubano de control.


Las tensiones al interior del poder se hicieron notar desde el día mismo de la proclamación del Presidente, hace ya un año. Ese día, ante las dudas sobre la legitimidad de su triunfo electoral –por menos de 1.5%–, Maduro aceptó públicamente un recuento de los votos... Y al día siguiente cambió misteriosamente de opinión. Ni siquiera explicó por qué. Sí dejó claro que no tomaba él las decisiones. Su debilidad es una gran tentación para saboteadores e intrigantes.


Durante los años de Hugo Chávez (ah, aquella época dorada), conversé con muchos observadores electorales internacionales que participaban en misiones en Venezuela. Todos habían constatado irregularidades en los comicios de ese país. Pero siempre añadían, casi con pesar: “sin esas irregularidades, Chávez habría ganado también”. También conversé con altos directivos de compañías transnacionales. Solían mostrarse seguros de que al final se entenderían con Chávez. He oído en privado a más empresarios españoles despotricar más contra Cristina Kirchner que contra el “Comandante”, porque la encontraban más impredecible. El propio Diosdado Cabello ha proclamado que Chávez no era el radical. Al contrario, era el que contenía las “ideas locas” de sus acólitos. Era el factor de estabilidad.


Ahora el factor ha desaparecido, y se ha llevado la chequera petrolera. Hace falta más que un chándal deportivo para igualar el carisma del “Comandante eterno”.


Maduro enfrentará todos los problemas del régimen sin ninguna de sus ventajas y con una insoportable presión de los sectores más duros, tanto de su lado como de la oposición. A menos que establezca una relación civilizada y constructiva con su rival más moderado, Henrique Capriles, nada podrá contener el deslizamiento de Venezuela hacia la violencia o la dictadura.


El Presidente venezolano suele hablar con un pajarito que, según él, encarna el espíritu de Hugo Chávez. Debería ajustarse los lentes, porque a lo mejor lo que está viendo es un buitre.


 

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