miércoles, 8 de diciembre de 2010

Un arpegio en la sociedad del conocimiento, por Álvaro Fischer Abeliuk.



Un arpegio en la sociedad del conocimiento


Álvaro Fischer Abeliuk
Presidente Fundación Chile


Emprendimiento, Innovación, Tecnología y Ciencia. Cada uno de esos vocablos tiene un significado propio, pero en conjunto son como las notas de un arpegio. En cualquier orden que se recorran suenan bien. Si se les otorga financiamiento, son capaces de generar valor y riqueza. Ello retroalimenta de energía al sistema. Se obtiene así un círculo virtuoso que, como la vida, se autosostiene, y como ella, avanza en contra de la entropía. Es la sociedad del conocimiento.



Esa mirada optimista y entusiasta es la versión simplificada del problema. Para que el funcionamiento de ese conjunto sea exitoso, hay un cúmulo de dificultades y complejidades a ser resueltas: entre las principales, la construcción de instituciones de calidad, la formación de capital humano en sus diversas fases de preparación, desde la básica hasta la avanzada, y un gran esfuerzo colaborativo-competitivo de los componentes del sistema que impulse su desarrollo. Otra metáfora biológica nos ayuda a calibrar la magnitud de la tarea. Se trata de un "ecosistema", cuyos constituyentes -emprendedores, capitalistas de riesgo, institutos de investigación, universidades, agencias gubernamentales, conocimiento disperso en el mundo, empresas, cultura general imperante, entre muchos otros- interactúan permanentemente entre sí, no de manera rígida como las piezas de un mecano, sino adaptativa, como los organismos vivos cuando se desenvuelven en su propio ecosistema. Lo interesante es que, en esas condiciones, el conjunto evoluciona en la dirección de la creación de valor, pero sólo si los incentivos están bien puestos y las instituciones son las adecuadas.


Todas las notas del arpegio juegan un rol crucial en el proceso de creación de valor. Aunque a primera vista nos parezca que es sólo en la fase de Emprendimiento donde se genera la riqueza -a través de la producción de bienes y servicios-, sería miope y sesgado entenderlo así, porque el Emprendimiento solo no conduce al ciclo virtuoso y dinámico al que aspiramos. En efecto, el emprendimiento es sólo la culminación productiva de una innovación tecnológica que ha sido incorporada culturalmente a la sociedad. Esa innovación puede provenir de nuevo conocimiento científico -hablamos entonces de tecnología "dura"- o de nuevas formas de gestión, de modelos de negocios o de diseños de producto -en ese caso nos referimos a tecnología "blanda"-. Ello ilustra la necesidad de tocar todas las teclas del arpegio. Pero como también es con emprendimiento la forma en que se inicia una aventura de investigación científica, o es la innovación de un modelo de negocios lo que puede impulsar las tecnologías duras que ese modelo requiere, el arpegio se puede tocar, y suena bien, en cualquier orden. Por otra parte, la línea divisoria entre ciencia y tecnología es cada vez más difusa, y aunque es cierto que hay conocimiento que surge de la curiosidad intelectual y otro que surge del interés pecuniario, ambos se sirven y se complementan mutuamente.


Sin el bagaje conceptual que otorga la ciencia y la tecnología, no se puede navegar en la sociedad del conocimiento. Al respecto, la industria salmonera pudo haber evitado su reciente crisis, si hubiese comprendido que operaba en un escenario biológico y aplicado esos conceptos a su modelo productivo, más que desarrollarse en un escenario de aspecto fabril o manufacturero. Dominar la ciencia y la tecnología es además indispensable para traspasar ese conocimiento a las nuevas generaciones. Pero la sociedad no vive sólo de conocimiento. Se requiere además crear valor. La innovación y el emprendimiento son cruciales para generar riqueza, la que además de financiar al conocimiento también lo hace con las otras necesidades del espíritu. Cuando ello ocurre, el ciclo se autoalimenta y se hace sustentable.


Con lucidez el Presidente Piñera ha planteado que, lamentablemente, Chile llegó tarde a la revolución industrial. Ahora, su empeño está puesto en que no lleguemos tarde a la sociedad del conocimiento. Ese es un tren que camina rápido y hay muchos compitiendo por subirse. Nuestro esfuerzo debe orientarse a tocar ese arpegio con la destreza de un pianista y a no permitir que desafine. Aún estamos a tiempo para montarnos en alguno de sus carros. De la adecuada comprensión y convicción con que se aborde este desafío dependerá el transformarnos en país desarrollado en esta década.

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