Aristas de un paro fallido.
A pesar del paro nacional a que convocó la CUT, la población concurrió el miércoles y ayer a sus labores con amplia normalidad, más allá de trastornos parciales en algunos servicios estatales. Los porqués de este paro nacional fallido se irán despejando con el correr de los días -ya hay recriminaciones por ello entre las organizaciones sindicales-, pero cabe avanzar algunas conclusiones preliminares. La más obvia es la diferencia demostrada entre apoyar la legitimidad de la lucha estudiantil por una educación de calidad postergada durante décadas, con adherir a una movilización paralizante del país por 48 horas, que no respondía a motivos específicos únicos, sino a una multiplicidad de exigencias de toda índole social, institucional, política y económica, cuya eventual satisfacción en globo se sabía de antemano imposible, pese a lo cual los organizadores arriesgaron tener la violencia que hubo, y el vandalismo implícito en estas generalidades desafiantes -barricadas en el tránsito, ataques graves contra comisarías, supermercados, municipalidades, escuelas y hasta un templo de significación nacional que bien pudo incendiarse-. El sentido común de la población rehusó sumarse al anticipable desborde. Más aún, ayer se normalizó más el funcionamiento de las reparticiones públicas afectadas.
Una segunda reflexión, de orden político, se refiere a la adhesión al paro nacional de los partidos de la Concertación. ¿Tuvieron alguna ganancia de imagen? Los manifestantes, desde luego, no quieren verlos en sus marchas, y así se lo dijeron al presidente de partido que se presentó en ellas. Ciertamente, hay razones históricas que pesan en este apoyo, como lo expresó el diputado Andrade al hablar como Partido Socialista, pero la Concertación como tal carece hoy de un programa opositor estructurado y aparece (como lo marcan voces significativas en su propio interior) "subiéndose" a un malestar ajeno. Por de pronto, en la DC esa adhesión ha tenido un efecto divisivo, y este clave partido de centro se aleja más de la opción de un perfil propio dentro de una coalición cargada a la izquierda, en la que actualmente aparece diluida y sobrepasada. Sin duda, la DC tendrá que examinar el cuadro al que se dejó arrastrar y decidir qué rumbo futuro quiere seguir: ¿ser un partido con identidad propia dentro de la Concertación -como lo fue durante las presidencias de Aylwin y Frei-, o simplemente disolverse dentro de aquélla, con lo cual incluso arriesga su firme postura en favor de una democracia genuina y no manipulable por plebiscitos? El lumpen de los encapuchados es completamente ajeno, por cierto, a la imagen de la Concertación, que en sus cuatro mandatos repudió la violencia como método de acción política, siendo ésa, por lo demás, una de las causas de su éxito.
En fin, en el desenvolvimiento de los países más desarrollados, las tradicionales centrales sindicales, muy importantes antes y después de la II Guerra Mundial, en las últimas décadas han ido cediendo su lugar a los sindicatos reales, que tienen relación directa con los problemas laborales de cada unidad productiva y la vida en ella de sus sindicados. Tales problemas son tan diferentes en cada empresa, que la función de las centrales se ha ido reduciendo más bien a los grandes temas legislativos e institucionales de la agenda laboral. Éstos, por cierto, son asunto muy diferente del popurrí de exigencias ilimitadas que se invocaron para este paro. No sorprende, pues, que los sindicados no se sientan identificados con las cúpulas de la CUT, y que se evidencie en esa relación una falta de interpretación y representatividad.
La masa de chilenos que laboró normalmente lo hizo venciendo, en primer lugar, el temor, pues requiere valor físico concurrir a los lugares de trabajo con plena conciencia de que se puede ser víctima de la violencia de grupos entrenados en ella y de quienes reivindican para sí el derecho a manifestarse, pero atropellan el derecho de otros a no hacerlo. Junto con lo anterior, debió vencer el bombardeo de imágenes ininterrumpido y en directo de canales de televisión, sólo concentrados en los focos de choques callejeros y escenas de violencia, al modo casi de una virtual guerra o ardiente revuelta generalizada, imagen que ciertamente no refleja el mayoritario segmento de normalidad -en torno al 90 por ciento de las actividades- que imperó durante los dos días de esta convocatoria fallida. Y hay coraje cívico en acudir a trabajar, desafiando una especie de bullying intelectual de quienes plantean el paro como la única opción políticamente correcta.
También existe un costo alto en los múltiples daños públicos y escondidos. ¿Quién repara, por ejemplo, a los empleados del comercio que no pueden cumplir sus metas de venta (y salarios) en las calles capturadas por la movilización y sus desbordes? Pero, sin duda, el daño más penoso es a la imagen externa e interna de nuestro país, celebrada por todos como un ejemplo de convivencia política razonable, que ha permitido un cambio profundo de nuestra antigua fisonomía de pobreza extendida. La ciudadanía, en una evidente manifestación de rechazo a un paro inmotivado, marcó un punto de inflexión en favor de la cordura, el diálogo y las soluciones reales.
Es muy penoso que la causa estudiantil, justa a diversos respectos, haya sido contaminada y aun puesta en un segundo plano por estos hechos repudiables.
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