miércoles, 31 de agosto de 2011

Ideología y educación Juan De Dios Vial Larraín.



Ideología y educación


Juan De Dios Vial Larraín





La ideología es, de suyo, un pensamiento débil. Son migas de su manipulación, no de su verdadero ejercicio. Queda caracterizada por la ambigüedad; por no ser ni lo uno ni lo otro. No ser pensamiento sólido, responsable, fundado, susceptible de refutación. Sócrates decía -en uno de los diálogos de Platón- que él, a diferencia de los sofistas, se sentía contento de ser refutado pues salía de un error. La ideología no es pensamiento en diálogo -el logos no la alienta- y por eso mismo carece de serenidad, está ansiosa, apurada, porque en el fondo no ignora su carácter precario y siente, por eso, la necesidad de imponerse pronto y a toda costa. Yo lo siento así, también otras personas, esto me gusta y me conviene. Quien se oponga es mi enemigo. Se trata de un argumento voluntarioso, nada más; es mucho más lo que oculta que lo que muestra o demuestra. De esta índole es el pensar ideológico.







Decíamos ni lo uno, ni lo otro: la ideología no es pensamiento, pero tampoco es acción libre. Si la ideología existe, pesa y domina, es por razones de orden utilitario. Hay que hacer las cosas; el inmediatismo del orden práctico es ineludible. Pero lo propio del hombre es que debe obrar desde la naturaleza inteligente que, justamente, le es propia. Tiene, pues, que pensar las cosas que hace; y tratar de pensarlas bien. No pensarlas debidamente, por indolencia, por falta de suficiente vigor o rigor intelectual, por falta de claridad, por ignorancia, o peor aún, por soberbia, por resentimiento, por nihilismo, es simplemente la negación de sí mismo. El hombre tiene que concertar su acción a la realidad que el pensamiento le descubre; ser capaz de decisiones que lleven consigo una idea verdadera. Esto no es asunto de la voluntad, de mi gusto, de mera utilidad personal, sino de algo más serio que comprende todas esas cosas. La conducta ética y la conducta política se asientan sobre este fundamento.







La sabiduría humana consiste, entonces, en ajustar ese mecanismo esencial. No es en rigor un trabajo duro; no es algo así como anudar cables que tiran en sentidos opuestos y en definitiva quedan cortos. Es la tarea eminentemente humana de ajustar potencias hermanas: sencillamente de ser libre.







Fue Marx, quizá, el más certero en la denuncia de los caracteres de la ideología. La mostró como pensamiento hipócrita, que oculta sus intenciones, que piensa a medias, en el afán de transformar el mundo. ¿Hasta qué punto se eximió Marx de lo que denunciaba? Una de sus famosas tesis sobre Feuerbach -aquella que dice que de lo que se trata es de transformar el mundo- parece una invitación a la ideología. Y, de hecho, Lenin la acogió haciendo del marxismo una ideología perversa.







Vengamos ahora a terreno. ¿Cómo encarar el mundo de la ideología? no nos hagamos falsas ilusiones. Probablemente jamás se la extinguirá del todo, por las mismas razones que la maleza nunca se logra erradicar completamente y para siempre. Hay que contar con ella; eliminarla en lo posible, estar permanentemente combatiéndola con medios pacíficos. Ya lo dice el Evangelio respecto de la cizaña. Pues bien, ¿cómo hacerlo? La única manera es la educación. La tarea compleja, histórica y heroica de formar la conciencia: el pensamiento verdadero que hace libre.







Se trata de formar conciencia. De instalar al hombre en el mundo y en su lugar propio. De hacerlo crecer, de darle fuerza, de darle vida. De ordenar las potencias que lleva dentro y que pueden ser caóticas. La familia y la escuela son las instituciones de esta vida. El amor rige la primera. El saber anima la escuela.





¿Qué enseñar en el tercer milenio de nuestra historia? ¿Cómo darle al saber rostro humano? ¿Qué modalidades debe adoptar en el confuso orden en el que hoy aparece por todos lados, inundándonos más que orientándonos y dándonos vida? ¿Cómo poner a su servicio los poderosos recursos de nuestra tecnología? ¿Quiénes pueden enseñar, conducir, formar? ¿Dónde y cómo formarlos a ellos mismos?







La cuestión es la siguiente: ¿Cabe encarar el problema como un asunto ideológico o de mera administración, en donde de lo que se trata sea de armar un sistema de mecanismos formales acreditados por el management en espera de que esas cosas funcionen por sí mismas? ¿O habría que reflexionar más a fondo hasta tener suficientemente claros los hitos y contenidos fundamentales de un magno proceso de cultura capaz de elevar el espíritu de nuestro pueblo?.



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