domingo, 10 de abril de 2011

¿Curas pedófilos?, por Joaquín García-Huidobro Correa.

Ante un terremoto u otro peligro hay dos maneras patológicas de reaccionar. La primera es salir corriendo sin pensar. La otra es quedar paralizado. Confieso que tiendo a contarme en este segundo grupo. En algunos casos esa reacción es fatal, pero en situaciones tan horribles como la crisis de la pedofilia puede ser una ventaja. “Usted está intentando tranquilizar nuestras conciencias”, decía un furioso clérigo a Hans-Ludwig Kröber, un psiquiatra forense (agnóstico) especialista en abusos, que había expuesto unas estadísticas que mostraban que la crisis afectaba a todo el mundo y no sólo ni principalmente a la Iglesia Católica. Ese sacerdote ejemplifica el primer tipo de reacción, pero ¿quién podría culparlo?, cuando estamos ante “un pecado abominable para la conciencia cristiana”, como han dicho los obispos. El reciente documento de la Conferencia Episcopal, escrito con lágrimas de pena, muestra un esfuerzo por aprender de los errores, mejorar los procedimientos y fomentar la transparencia.





Se hace necesario examinar el tema con serenidad, pues el nerviosismo lleva a mezclarlo todo. Angustiados ante el problema, algunos confunden pedofilia y homosexualidad. “Somos homosexuales, pero no nos gustan los niños”, decía un activista gay en una manifestación en la Plaza de Armas. Tenía toda la razón. Muchos de los casos más sonados tienen que ver con comportamientos homosexuales. Mezclarlos, sin más, con la pedofilia es una grave ofensa a los homosexuales. De todas formas, la práctica homosexual en eclesiásticos no puede ser tampoco equiparada a la de otras personas. La Iglesia tiene una doctrina muy clara al respecto, mientras que el homosexual común y corriente bien puede discrepar de ese magisterio y pensar que su actividad es perfectamente legítima. El desconcierto lleva a otros a insultar a los sacerdotes en las calles de Santiago, gritándoles “¡curas pedófilos!”, sin advertir que hay miles de sacerdotes que nada tienen que ver con esta lacra que afecta su prestigio. Son las otras víctimas. Los estudios del criminólogo alemán Christian Pfeiffer muestran que, en su país, el 0,1% de los casos de pedofilia se dan en círculos eclesiásticos; si suponemos que todavía hay un número alto de casos no denunciados, podríamos llegar a 0,3%. Sería interesante estudiar los datos en Chile.





Detrás de estos insultos está la idea de que la pedofilia es consecuencia del celibato sacerdotal. Uno podrá estar a favor o en contra de él, pero vincularlo a la pedofilia tiene tanto fundamento como decir que ella es patrimonio de la gente pecosa. No hay ningún indicio. El ya citado Pfeiffer da razones que llevan más bien a pensar que el celibato aleja de esa práctica; agrega que “pedófilo se es ya a los 15 o 16 años”, mientras que el compromiso de celibato “lo toma el sacerdote recién con 25 o 30”, de modo que, aunque puede haber clérigos pedófilos, no será a causa del celibato. De todas formas, nadie prohíbe debatir sobre el celibato. Pienso que se trata de una práctica magnífica (aunque no para todos), importante en una época hipererotizada como la nuestra. Otros dirán que es una conducta primitiva, que produce severos traumas. Algunos podrán decir lo mismo de la fidelidad conyugal. Que cada uno dé sus argumentos, con razones y no insultos. En todo caso, si tenemos derecho a debatir sobre el celibato o la fidelidad, entonces no censuremos a quienes objetan los actos homosexuales. Seamos coherentes. Vivir en una democracia es muy bueno, pero impone exigencias.





Dolorosamente, la mayoría de los abusos se dan en la propia familia, por parte del padre o la pareja de la madre. También existen en agrupaciones que nada tienen que ver con la Iglesia. El que pasa a sospechar de todos los sacerdotes debería hacer lo mismo con los boy scouts, profesores de gimnasia o fonoaudiólogos. ¿Es un consuelo que sea mal de muchos? No, ninguno, ni de lejos. Los abusos sexuales son inaceptables en todas partes, pero en miembros de la Iglesia que han consagrado su vida al servicio de Cristo son aún más graves. Los obispos han pedido perdón por la falta de “prontitud y eficacia ante las denuncias”. La palabra ahora la tienen las víctimas.





En suma, ante crisis como estas no es cuestión de llegar y apretar el botón de “pánico”. Muchos nos sentimos estafados, pero las razones para pertenecer a la Iglesia no dependen del mal comportamiento sexual de algunos de sus ministros, aunque nos horrorice. Tampoco la vida ejemplar de tantos sacerdotes es la razón única para hacerse o permanecer católico, aunque agradecemos ese ejemplo en esta hora de desánimo. Hay buenas razones para ser católico, pero hay que conocerlas. Quien no lo haga se arriesga a que Carlos Peña (Dios lo guarde muchos años) lo frí
a en aceite domingo a domingo.


Tomado de Diario EL Mercurio