martes, 23 de noviembre de 2010

Península de Corea: ¿La gran guerra que se avecina?


Naturalmente, en tiempos de desaceleración económica - la interrupción de la convivencia pacífica entre los Estados – representa riesgos muchos mayores para la seguridad de los actores involucrados. En este contexto, Corea del Norte entiende perfectamente que su ataque a territorio surcoreano está destinado a causar un impacto psicológico mayor, en una región que es crucial para la recuperación económica de las grandes potencias. Corea del Sur ha calificado el ataque de gravísima provocación militar y sus fuerzas armadas se han declarado en estado de alerta máxima, condición no existente desde el fin de la guerra de Corea hace casi 60 años.


Pyongyang ha jugado una carta muy peligrosa, pero probablemente efectiva a la hora de presionar a EEUU - y sus aliados en la región - a la búsqueda de una solución que desentrampe las negociaciones en torno a las ambiciones nucleares (y/o energéticas) del régimen norcoreano.


La carta nuclear se ha convertido en la fórmula más preciada de Corea del Norte en su intento por lograr un trato de igual a igual con los EEUU, y con esto, el acceso a los mercados internaciones y compensaciones económicas. El régimen norcoreano afirma que su programa nuclear está destinado a proveer al país de una fuente energética que cada vez se vuelve más escasa.


Desde la década de los 90’ – periodo en el cual Corea del Norte fue azotada por una devastadora sequía - el país ha seguido sumido en una profunda crisis energética y alimentaria. La falta de inserción comercial y diplomática con el resto del mundo, agravó las consecuencias de la hambruna, llevando al país al borde del colapso. La ayuda económica - sostiene el régimen comunista de Pyongyang - debería venir de quienes se oponen a los planes norcoreanos de seguir profundizando su programa nuclear, principalmente los EEUU y sus aliados más cercanos en la región: Corea del Sur y Japón.


Pero el régimen norcoreano no ha dudado en transferir los pocos recursos que genera al desarrollo de su capacidad militar. Emulando las paradas militares ostentosas e intimidatorias - que se realizaban en la Plaza Roja de Moscú durante los años de gloria de la ex-Unión Soviética – Corea del Norte sigue mostrándose anclada en la lógica de la Guerra Fría.


La agresión militar de hoy se produce tras las denuncias realizadas por un científico estadounidense, en torno a los grandes avances que el régimen norcoreano habría logrado con la construcción de una sofisticada planta de enriquecimiento de uranio. Es decir, Corea del Norte habría abierto una nueva vía para la obtención de armas atómicas.


El ataque con fuego de artillería a Corea del Sur debe entenderse en esa lógica, en las alternativas de acción que posee un régimen desesperado y totalmente aislado en un mundo movido por las dinámicas del comercio e interacción entre naciones que – en forma masiva – han decidido dejar atrás la angustia permanente de un gran desenlace nuclear.


Después de dos décadas del término de la Guerra Fría, la posición de Corea del Norte sería tan intransigente que ni siquiera su aliado más férreo en la región – China – está dispuesto a avalar la presencia de un reducto ideológico extremo y dañino para su progresiva (y hasta hoy muy provechosa) inserción económica en la esfera capitalista.


Lo cierto es que la presencia de un Estado sumamente debilitado pero de gran poder destructivo – como el norcoreano – nos recuerda que el triunfo de las democracias liberales no ha garantizado la protección de una condición esencial para la paz e interacción global: la predictibilidad en el comportamiento de los actores del sistema internacional.


Tan simple parece haber sido el supuesto de quienes auguraron un nuevo orden, que el régimen Norcoreano solamente necesita recurrir a la vieja práctica belicista para poner a las grandes potencias contra la pared.

Tomado de Diario La Tercera.

No hay comentarios: